miércoles, 14 de noviembre de 2007

Mujer Renacimiento


El ideal de belleza femenina que instaura el Renacimiento queda plasmado literalmente en un estereotipo, entre cuyos principales elementos se cuentan: cabellera rubia; tez muy blanca, pero de sonrosadas mejillas; ojos radiantes; frente tersa; labios cuyo color contrasta con la blancura nítida de los dientes; cuello alto y erguido... Aunque con abundantes excepciones, el retrato poético suele limitarse al busto de la dama. Es un retrato selectivo y, como tal, tampoco necesita incluir siempre todos los elementos enumerados. Dos de ellos, sin embargo, alcanzan una particular importancia y se erigen a menudo en objeto exclusivo del poema: los ojos, cauce del fluir amoroso, y los cabellos, imaginados como una red de amor en la cual se siente atrapada la voluntad del poeta.

Desde el punto de vista expresivo, la idealización poética de la amada sigue un proceso de hiperbolización metafórica que identifica esos componentes físicos con ciertas realidades naturales, cuya sola mención resulta ya embellecedora: cabellos-oro, sol; tez-rosa, azucena o, en alusión a la frialdad, a la dureza de la dama, nieve, mármol; ojos, siempre claros (luminosos), astros; ; labios-clavel, coral, rubí; dientes-perlas; cuello-cisne, que además connota blancura.

En términos neoplatónicos, esta belleza externa es sólo un eco de la belleza interior de la amada y ambas constituyen un destello en la tierra de la belleza y la bondad divinas. Exaltando la hermosura visible queda, pues, exaltada asimismo la íntima y oculta. Ello explica que las cualidades espirituales de la dama rara vez aparezcan enunciadas explícitamente. Basta, en todo caso, con poner de manifiesto su honestidad, atributo integrador de todas las virtudes cortesanas, incluida, desde luego, la que le prohíbe acceder a las demandas amorosas del poeta.

En la concepción poética del ser amado intervienen también diversas alternativas simbólicas. A veces, su presencia permanece vinculada a determinados fenómenos naturales, entre los que destaca la luz. Y así, la dama se asocia con la aurora que ilumina la hasta entonces oscura existencia del autor. Es igualmente fuego, que abrasa el alma del enamorado y la purifica a través del dolor. Por otra parte, su índole sobrehumana justifica los efectos que su aparición provoca en la naturaleza: el transcurrir establecido de ésta se interrumpe misteriosamente;

en ocasiones, estalla una inesperada primavera que las huellas de la amada inundan de flores; en otras, por el contrario, es su repentina ausencia la que agosta los campos y malogra los frutos de la tierra.

Esta propensión divinizadora no desaprovechará los recursos expresivos que le sugiere la mitología clásica. Por ejemplo, la identificación de la dama con una diosa o, más modesta y comúnmente, con una semidiosa. Baste citar el caso del término ninfa, tan frecuentemente lexicalizado como sinónimo de amada.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

hay no que largo que pereza

Anónimo dijo...

hay no que largo que pereza

Unknown dijo...

Pero lo único que me dice es que debían ser hermosas no hay nada más ?? :v

majo dijo...

Jajajaja XD

majo dijo...

Muy cierto

majo dijo...

Pues si no Lee no va a ser inteligente
Qué pereza perder el tiempo con usted

majo dijo...

😎

Unknown dijo...

Más específico!!
:v

Anónimo dijo...

NO ME HA GUSTADO MUY MAL!!!!!!!

Unknown dijo...

Y la del hombre?

Anónimo dijo...

Y la del hombre, era la que necesitaba -n-