miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hombre del Renacimiento


El renacimimiento es la expresión de un cambio de mentalidad: los italianos han elaborado una nueva concepción del hombre en la naturaleza que perdurará hasta el siglo XVIII. La exaltación del hombre es la base de todos los conceptos de la filosofía, del arte, de la literatura de la época. El Renacimiento aspira a realizar un tipo de hombre excepcional, como el David de Miguel Ángel, con el acrecentamiento de las cualidades físicas e intelectuales, con la belleza de las formas estéticas, con su fiereza, con su voluntad y con su soberbia. Convencido, sobre todo de su autonomía en el mundo de la libertad.
El Renacimiento es una sublimación de la concepción del hombre, que debe mucho a la influencia de la antigüedad. El hombre renacencista ensalza la razón y dignidad en su repertorio comportamental. Esta glorificación del hombre, de sus posibilidades de dominio sobre el mundo, de su libertad, conduce al desarrollo de todas sus facultades: la "virtú" tan exaltada es la energía creadora, tanto para una personalidad como para las grandes obras. Aún así no se olvida la espiritualidad y el tema religioso. La religión se sublimará mediante la afirmación del carácter espiritual del hombre y de su esfuerzo por acercarse a lo divino. El movimiento de renovación espiritual de la Iglesia, tanto de la Reforma protestante como de la Reforma católica, tiene sus raíces en la revolución espiritual llevada a cabo desde el siglo XV en adelante por los humanistas italianos. Se produce un redescubrimiento de la antigüedad clásica en el que la sociedad italiana legitima su exaltación del hombre. De ese descubrimiento, se reanuda el contacto con el mundo físico e intelectual.

Mujer Renacimiento


El ideal de belleza femenina que instaura el Renacimiento queda plasmado literalmente en un estereotipo, entre cuyos principales elementos se cuentan: cabellera rubia; tez muy blanca, pero de sonrosadas mejillas; ojos radiantes; frente tersa; labios cuyo color contrasta con la blancura nítida de los dientes; cuello alto y erguido... Aunque con abundantes excepciones, el retrato poético suele limitarse al busto de la dama. Es un retrato selectivo y, como tal, tampoco necesita incluir siempre todos los elementos enumerados. Dos de ellos, sin embargo, alcanzan una particular importancia y se erigen a menudo en objeto exclusivo del poema: los ojos, cauce del fluir amoroso, y los cabellos, imaginados como una red de amor en la cual se siente atrapada la voluntad del poeta.

Desde el punto de vista expresivo, la idealización poética de la amada sigue un proceso de hiperbolización metafórica que identifica esos componentes físicos con ciertas realidades naturales, cuya sola mención resulta ya embellecedora: cabellos-oro, sol; tez-rosa, azucena o, en alusión a la frialdad, a la dureza de la dama, nieve, mármol; ojos, siempre claros (luminosos), astros; ; labios-clavel, coral, rubí; dientes-perlas; cuello-cisne, que además connota blancura.

En términos neoplatónicos, esta belleza externa es sólo un eco de la belleza interior de la amada y ambas constituyen un destello en la tierra de la belleza y la bondad divinas. Exaltando la hermosura visible queda, pues, exaltada asimismo la íntima y oculta. Ello explica que las cualidades espirituales de la dama rara vez aparezcan enunciadas explícitamente. Basta, en todo caso, con poner de manifiesto su honestidad, atributo integrador de todas las virtudes cortesanas, incluida, desde luego, la que le prohíbe acceder a las demandas amorosas del poeta.

En la concepción poética del ser amado intervienen también diversas alternativas simbólicas. A veces, su presencia permanece vinculada a determinados fenómenos naturales, entre los que destaca la luz. Y así, la dama se asocia con la aurora que ilumina la hasta entonces oscura existencia del autor. Es igualmente fuego, que abrasa el alma del enamorado y la purifica a través del dolor. Por otra parte, su índole sobrehumana justifica los efectos que su aparición provoca en la naturaleza: el transcurrir establecido de ésta se interrumpe misteriosamente;

en ocasiones, estalla una inesperada primavera que las huellas de la amada inundan de flores; en otras, por el contrario, es su repentina ausencia la que agosta los campos y malogra los frutos de la tierra.

Esta propensión divinizadora no desaprovechará los recursos expresivos que le sugiere la mitología clásica. Por ejemplo, la identificación de la dama con una diosa o, más modesta y comúnmente, con una semidiosa. Baste citar el caso del término ninfa, tan frecuentemente lexicalizado como sinónimo de amada.

Figura Humana en el Renacimiento


En el Renacimiento el hombre recupera su protagonismo como primer objeto artístico, según la tradición grecorromana. El hombre es la obra más perfecta de Dios. Se recupera el retrato y la naturalidad sin hieratismo, de la mano de la nueva burguesía.

Se pinta la figura humana, independientemente de lo que represente, virgen o cortesana, Apolo o Cristo, lo que importa es la figura humana. El tema interesa poco, pero sí lo bello frente a lo representativo.

Definicio Resumida del Periodo Renacimiento


Se utiliza para dar nombre al movimiento de revitalización cultural ocurrido en Europa Occidental entre los siglos XV y XVI. En los que mas destaca este movimiento es en que expone una renovación en las artes, ciencias y literatura.